Vanidosa, vanidosa… ¡Vanidosa! Me llamas sin yo realmente ser nada de eso. Son todo… ¡Calumnias! ¡Injurias! ¿Crees que presumo de una vida a la que jamás he querido pertenecer? No sabes las complicaciones que tiene la vida de alguien de un grado de importancia como el mío. No, no lo sabes.
¿Quieres acudir a mis fiestas? ¿Quieres estar sonriendo hasta las seis de la mañana solamente porque tu estatus social te lo pide? No, no creo que quieras.
Tengo la casa con la que siempre has soñado, tanta ropa que no cabría en tu habitación, tengo barcos, tengo aviones, tengo joyas… Sin embargo, no es lo material lo que envidias. ¿Me equivoco? Envidias el encanto natural con el que he nacido. El encanto que hace que todo el mundo me quiera, el encanto que hace que tu marido me desee. Sí, tu marido. Aquel con el que prometiste estar hasta la muerte. Aquel a quien amas ¿Incondicionalmente?. Estás celosa porque el día de tu boda tu marido no quiso tocarte a ti, me vio y vino a mí como tantos otros hombres lo han hecho. Sin embargo, sabes que yo le rechacé. Y eso te duele.
Te duele que no le considere “especial”. Estás orgullosa de ser su esposa, aunque sabes que él solamente está contigo porque yo no le quiero. Me llamas vanidosa. ¿Realmente crees que tengo una estimación propia más grande que la tuya? Te creías perfecta, hasta que me viste a mí.
Yo tengo defectos, todo el mundo los tiene. Si me llamas vanidosa únicamente porque intento esconderlos, mírate al espejo. Crees que pienso que todos los hombres son demasiado malos para mí ¿verdad? Pero ya te digo, si quieres que te ame un marido que trata a las mujeres (a mí especialmente) como objetos, como algo bonito de lo que simplemente sus ojos (o su cuerpo) pueden disfrutar; sin importar lo que esas mujeres piensan, dicen o sienten; si eso es lo que quieres, explícame quién es ahora la vanidosa.
viernes, 5 de junio de 2009
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